Habemus Paulum. Y lo compartimos. La política de salón ha dado paso a la política de ratón, que es mucho más cómoda y da menos que pensar al ciudadano. Agarrar el ratón. Hacer click. Y luego… ¡Clack! El “me gusta” de turno y el retuiteo ritual, como la danza de apareamiento del ave del paraíso, en grave peligro de extinción.

Así se propagan las palabras. Que no ideas porque, de momento, la política de ratón se basa en hacer click, clack. Pero no en programa. Pues eso. Las palabras sólo se propagan. No como la pólvora, sino como una fétida bomba nuclear que estalla ante las neuronas del lector. Y lo hacen como imágenes subliminales, de pasada fugaz ante la mirada, a veces pasmada, a veces sorprendida. Sin contenido ni esencia.

Mensaje salvífico vacío repleto de irrealidades y dudosos futuribles vomitados por el pseudomesías del momento. Ése es el modelo del que cree que podrá. Rendidos y sobrealimentado el show de los medios de comunicación y asomados constantemente a las pantallas de los sobreconectados ciudadanos. Esa es la estrategia. Una táctica vana si no hay soluciones. Que no las hay.

Vanidad y personalismo que sufrió el principio del batacazo final el pasado 31 de enero en una manifestación en la que los altavoces instalados en las calles paralelas a la Puerta del Sol vendieron un mensaje al aire vacío de Madrid.

Ahora buscan una mayoría de ciencia ficción a base de desmembrar otras víctimas políticas. La voracidad del que se ve acorralado es insaciable. Como insuperable parece ser un discurso de excelente retórica al modo decimonónico aunque con una ideología indeterminada. Por eso, hay quienes se convierten en el cajón desastre de derechas, izquierdas, arribas, abajos, diagonales y transversales cuya unificación es otra más de las utopías que venden.

Si Tomás Moro levantara la cabeza, vería cómo se está vapuleando un término, en su esencia, tan repleto de reforma y esperanza. Si los mesías de los siglos anteriores y venideros pudieran, barrerían el suelo con las puntas abiertas del nuevo y laico hijo de los dioses.

Así que, avisamos. Señores que no podrán: “click, clack, click, clack…” (y así sucesivamente). El futuro no se construye sobre las bases de la nada, por mucho que crean que las redes sociales sean todopoderosas.

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